¿Corregir o no corregir? Esa es la cuestión y el dilema al que muchas veces nos enfrentamos los profesores de español a la hora de trabajar, especialmente, la destreza oral en las clases. A todos se nos viene a la mente la pregunta: “¿Por qué si explicamos bien, si parece que lo entienden y asimilan, se repiten y repiten los errores?”. Bueno, conocer el funcionamiento de un coche no implica necesariamente que sepas conducirlo.
Existen diferentes teorías sobre el tratamiento del error en la historia de la enseñanza de segundas lenguas que van desde la idea conductista (gracias a Dios, ya superada) de que el error es algo intolerable pues genera malos hábitos, hasta posturas más pedagógicas que consideran que el error es simplemente una fase más de desarrollo inevitable y necesario para progresar. Desde nuestro punto de vista, nos parece bastante más rentable, pedagógicamente hablando, la segunda postura. Ahora bien, esto no implica que dejemos a los alumnos hablar “de cualquier manera” pensando que de manera milagrosa llegarán a la corrección por ellos mismos.
Así que; sí, hay que corregir. Pero no siempre, no todo y, especialmente, no de cualquier manera.
Es interesante, para empezar, hacer una pequeña distinción entre los diferentes tipos de errores que nos podemos encontrar en las clases.
En primer lugar, deberíamos hacer una distinción entre error y falta. Cuando nos referimos a esto último queremos hablar de aquellos contenidos o estructuras a los que el alumno “todavía no ha llegado”, ni interiorizado y, por lo tanto, no sería corregible. Estos errores, llamémosles transitorios, son propios de los estados de la interlengua e irán desapareciendo cuando se vayan confirmando sus hipótesis sobre el funcionamiento del idioma.
En segundo lugar, podríamos hablar de errores fosilizables que son aquellos errores sutiles que ofrecen una especial resistencia como, por ejemplo, los basados en diferencias entre “ser” y “estar”, “por” y “para”, verbos inacusativos, etc. Estos errores normalmente no producen malentendidos de comunicación, por lo que los alumnos muchas veces no serán conscientes de ellos a no ser que se les advierta.
Finalmente, podríamos hablar de errores fosilizados, que son aquellos que, en principio, no se superan. Todos conocemos a algún extranjero que lleva años y años viviendo en nuestro país, pero continúa cometiendo errores básicos. ¿Y por qué pasa esto? Pues la mayoría de veces porque el aprendiente ha llegado a un nivel de comunicación que cree suficiente y ya no está tan atento y motivado, pues piensa que puede comunicarse y desenvolverse en prácticamente todas las situaciones que se le plantean. Los errores fosilizados son la mayoría de veces errores fosilizables a los que no se les ha prestado la suficiente atención.
Muchos de los partidarios de las teorías comunicativas más radicales alegarán que, mientras que la comunicación sea efectiva, tampoco tendríamos que preocuparnos tanto por estos errores; es decir, no sería tan importante escuchar a alguien decir algo como: “¡Uf! ¡Qué casado soy, hoy me he corrido 10 km!”, pues, en el fondo, cualquier nativo podrá entender el significado último que se quiere expresar. Bueno, nosotros pensamos que si seguimos una línea similar también podríamos entender producciones del tipo: “Yo muy correr hoy. Ser mucho cansado”. Es decir, ¿dónde está el límite? Aprender una lengua implica ser efectivo en diferentes ámbitos y contextos, estamos seguros de que errores como estos generarán, entre otras cosas, extrañeza en los nativos y sobreesfuerzo mental que, si bien no impedirán la transmisión del mensaje, sí entorpecerán de alguna manera la interacción comunicativa, al igual que lo podría hacer una pronunciación extremadamente deficiente como ya comentamos en su día en los posts dedicados a la pronunciación (La pronunciación en el aula de ELE., ¿Le damos suficiente importancia a la ponunciación en nuestras clases?)
Además, no solo hemos de pensar en el ámbito social, sino en aquellos alumnos que quieran usar la lengua en ámbitos formales o laborales en los que, de manera más clara, es necesario contar con un registro mínimamente pulido.
Una vez expuestas nuestras ideas, parece que para nosotros queda claro la necesidad de incluir el tratamiento del error en las sesiones didácticas. La siguiente cuestión sería, pues, preguntarnos qué, cuándo y cómo corregir.
¿Qué errores corregimos?
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que es imposible (y poco rentable) corregir absolutamente todo; si actuamos así, lo único que conseguiremos es inhibir al estudiante y que tenga miedo a expresarse. Así que intentaremos centrarnos en los siguientes errores:
¿Cuándo los vamos a corregir?
¿Cómo corregir?
Para finalizar y como última recomendación de este post: es importante que el tratamiento del error se negocie y comente los primeros días de clase. Podemos encontrar alumnos de todo tipo, desde aquellos que “se molestan” cuando son corregidos a otros que te dicen que “quieren que les corrijas todo”. En ambos casos hay que llegar a un punto intermedio y explicar al alumno los procedimientos y los objetivos que se llevaran a cabo en las sesiones. Nosotros, como profesores, poco a poco iremos descubriendo también el carácter de nuestros estudiantes y eligiendo la mejor forma de hacerlos progresar. Para esto, posiblemente, también cometeremos “errores”; pero, al fin y al cabo, como decía Albert Einstein: “Una persona que nunca cometió un error, es porque nunca intentó nada nuevo”.